A 21 años de la voladura de la Amia estuvimos todos otra vez reunidos. El tiempo pasó y somos los mismos, aunque no exactamente iguales. El atentado contra la Amia cambió la vida de todos los argentinos: las víctimas, sus familiares y la sociedad entera. Hay una herida irreparable en cada uno de los que hoy estuvimos en Pasteur 633. Un surco en nuestro corazón que crece día a día porque no logramos dar respuesta a lo que ocurrió.
Ciertamente es irreparable el dolor de la pérdida de los seres queridos, pero mucho más cuando se trata de una pérdida de las características que tuvo el atentado. Muertes impensadas que no entraban en nuestro imaginario, una bomba que estalla a las 9.53 de la mañana el 18 de julio de 1994, años de investigaciones que cercan a los poderes de turno, jueces y fiscales cuestionados…
El dolor de todos los argentinos es la constante de las últimas dos décadas, y seguimos sin respuesta… Por supuesto que los muertos no estarán nunca más con nosotros, que las víctimas sobrevivientes llevarán por siempre ese dolor en el recuerdo, que los familiares tendrán marcado el corazón y deberán ejercitar la memoria para mantener viva a la vida que se fue. Todo eso es absolutamente cierto, pero también es real que debemos acompañar el dolor con una reparación en la justicia, achicar la herida a través de la razón, poder explicar qué es lo que pasó, cuáles fueron las conexiones locales e internacionales, el lugar de la policía, la política, la justicia, la corrupción.
Resulta inadmisible vivir con la angustia de saber que la vida de los que se fueron no tuvo para nuestros gobernantes el suficiente valor como para buscar con ahínco la verdad. Lo vi hoy, en los rostros de todos los que estuvieron alrededor mío. Vi en sus miradas la sospecha de que no sólo no se hizo lo suficiente para saber, sino de que también se hizo lo necesario para ocultar.
Otro año más sonó la sirena y, como todos los anteriores, las gargantas se cerraron, nos aguantamos las lágrimas, algunos se tomaron de la mano, los cuerpos se electrizaron. Algo pasa efectivamente cuando recordamos a las 86 víctimas mortales de aquel 18 de julio de 1994.
Pero no sólo no tenemos respuestas, sino que vivimos a diario la intención de algunos por borrar todo horizonte de verdad. Ya en el año 2013 estábamos atravesados por la indecencia de un decreto que promulga el memorándum de entendimiento firmado con la República de Irán que tiene por objeto crear una “comisión de la verdad” internacional que toma nota de la investigación que se lleva adelante en nuestro país. Una vez más éramos víctimas todos los argentinos: no sólo del ataque terrorista, sino también de la cesión de derechos de soberanía que supone que una comisión internacional compuesta por número igual de miembros designados de cada país puede echar luz sobre un atentado que ocurrió dentro de los límites del Estado argentino.
Sólo este 14 de febrero de 2015 pudimos entender algo de lo que intuíamos que se escondía en ese pacto de entendimiento firmado entre gallos y medianoche con Irán. Fue cuando el fiscal Alberto Nisman daba a conocer una denuncia contra la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, y el Canciller Héctor Timerman, entre otros funcionarios y colaboradores del gobierno nacional. Nisman acusaba a la más alta mandataria del Estado de encubrimiento del atentado de la Amia a través del Pacto con Irán.
Como en la peor película de intrigas, el fiscal apareció muerto en su casa el 18 de febrero. Mañana se cumplen 6 meses y, como en el caso de Amia, nada sabemos de su muerte. No sabemos si se mató o si lo mataron, pero sí nos enteramos de muchas cuestiones periféricas de la vida de Nisman, obviamente tendientes a manchar la reputación del fiscal y que de nada sirven para aclarar su muerte.
Para los que tenemos memoria, Nisman es un triste eslabón más en la cadena de muertes que se abrió el 18 de julio de 1994 y nos deja la aterradora amenaza de lo que son capaces de hacer quienes se sienten cercados en sus tranquilas posicionesde poder. Ciertamente no sabemos si fue muerto o si se mató, pero sí sabemos lo que el monstruoso Estado kirchnerista es capaz de construir para denostar a un muerto.
Lo que sucedió con los familiares de Amia se repitió con Nisman: el abandono. Todos los recursos del Estado deberían haber buscado preservar la vida del fiscal aquel fin de semana antes de que declarase en el Parlamento, pero el fiscal apareció muerto la noche anterior. De ese mismo modo, todo debería apuntar a aliviar el tremendo dolor que sentimos por el atentado de Amia, pero desgraciadamente tenemos por respuesta las palabras de la Presidenta equiparando el memorándum de entendimiento con el pacto nuclear firmado entre el gobierno de EEUU y el de Irán(y otros países).
Como argentinos, hemos perdido la capacidad de asombro.En efecto, esta última semana tuvimos que soportar también que la Presidenta pida que nos disculpemos con Timerman. Como nos tiene acostumbrados, Cristina afirmó que su amigo Timerman, “que es judío, pero también es argentino”, se enfermó por las respuestas de los familiares de las víctimas en relación con el Pacto con Irán. Se trata de la peor de las persecuciones, típicas de los Estados fascistas, que ponen a las víctimas en el lugar de los victimarios y viceversa.
Habiendo estado una vez másen comunidad con el dolor frente al atentado de Amia, recordé una frase del filósofo alemán Walter Benjamín: «Mientras se olviden los sufrimientos de un solo ser humano, no podrá haber liberación». A Benjamín la historia le deparó el peor de los destinos, la muerte.
Deseo que los argentinos podamos algún día enfrentar este destino y «cepillar la historia a contrapelo» para alcanzar la justicia y la libertad que tanto nos merecemos.