23/05/13 – Por Margarita Stolbizer, para el Diario Ámbito Financiero.
El balance de la última década debe servirnos para proyectar qué hacer en los próximos 10 años, para determinar cuáles son nuestros desafíos hacia 2023. La tarea básica de la política es proponer un camino, decir hacia dónde ir. Sin embargo, probablemente la principal herencia del kirchnerismo sea la política sin futuro, que vive en el pasado e ignora los problemas del presente.
Encerrado en la coyuntura y carente de un proyecto de país, se refugia en la permanente comparación con la crisis del 2001, desconociendo que probablemente cualquier etapa de nuestra democracia sea mejor con respecto a ese año. Si bien es cierto que se crearon 5 millones de puestos de trabajo, el nivel de empleo es el mismo que en tiempos de Alfonsín. La pobreza, que se redujo a la mitad desde aquel 50%, hoy es mayor que en el primer gobierno de Menem.
La pregunta clave es si esta década ha permitido superar los desafíos centrales que ha tenido nuestra democracia en estos 30 años. En 2003, la mayoría de los argentinos optó por el kirchnerismo para continuar la salida de la crisis. Sin embargo, no avanzó en una etapa superior y permaneció en la emergencia permanente.
En lo político, reconstruyó la autoridad presidencial. Pero usufructuó la implosión del sistema de partidos, dividiendo las organizaciones políticas y sindicales. La prometida transversalidad fue reemplazada por un ejercicio del poder basado en el PJ, del cual Néstor Kirchner fue nombrado presidente, y en la red de dirigentes del conurbano y el acuerdo con los sindicatos oficialistas de turno.
En lo económico, se aprovechó inicialmente la competitividad recuperada, la mejora de los términos de intercambio, la mayor producción agropecuaria y se quitó a los acreedores de la puja distributiva. Sin embargo, no se realizó una transformación estructural y ese fracaso lo vemos hoy. Nuestra economía es dependiente, concentrada, extranjerizada, sin moneda ni inversión y ha perdido el autoabastecimiento energético. La consecuencia es la incertidumbre y la fragilidad que vivimos.
En lo social, se instauraron los subsidios como la Asignación Universal por Hijo y la inclusión jubilatoria para salir de la emergencia. Pero ya pasaron 12 años desde el 2001 y no se creó la transición para pasar del asistencialismo a la inclusión, de los subsidiados a los asalariados. Mientras tanto, el poder adquisitivo se pierde por una inflación que crece e impuestos que no se devuelven en servicios públicos.
En lo institucional, se renovó la Corte Suprema del menemismo. Pero no se avanzó en una reforma más amplia de la Justicia para hacerla más accesible, ágil y eficiente. Peor aún, se recorrió el camino inverso con la pretensión de eliminar la independencia de los jueces y los controles republicanos para asegurar la impunidad de los negociados. Más grave aún, las libertades individuales, conquistas que tanto nos costaron a los argentinos y creíamos definitivas, vuelven a ser cercenadas, con un Estado que no ampara y aplasta.
El debate sobre esta década no puede encerrarse en la discusión K-antiK que consume el país y debe servirnos para reconstruir una política con futuro. A pesar de las grandes oportunidades, nuestros desafíos siguen vigentes. Nuestra agenda hacia 2023 es la transformación estructural de nuestra economía, la construcción de un nuevo y estable sistema de partidos, la creación de un bienestar social perdurable y asegurar la protección definitiva de las libertades.